jueves, 16 de abril de 2009

Mi primera batalla



2 CORINTIOS 5. 17
De modo que si alguno está en Cristo, nueva cristura es; las cosas viejas pasaron; he aqui todas son hechas nuevas.
Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dió el ministerio de la reconciliación.
Comencé el día orando frente al espejo, dándole gracias al Espíritu Santo que habita en mí por ser mi compañero y por permitirme descansar y olvidarme de mis problemas. Pedí a Dios que me diera el actuar, que debia hacer con respecto a mi novia. Y llegó a mí la idea que iba en contra de todos los que opinaban, que fuera a verla temprano y que comparta con ella la buena nueva de mi nacimiento, sólo eso, nada de presiones ni remordimientos. No tomé desayuno y enrumbe hacia la casa de su hermano a las afueras de la ciudad. En el camino oraba porque Dios pusiera angeles a mi costado que permitan que pueda encontrarme con ella, que esos portones gigantes se abrieran con facilidad, que ninguna persona ajena a nosotros nos impida conversar, oraba cada segundo que caminaba desde el paradero final hasta su casa. Y las cosas se dieron tal cual yo pedi. Nos sentamos y conversamos, ella no podia imaginarse con la novedad que le decia, llenó de gozo su corazon, la vi sonreir, me dijo que era lo que ella había pedido tanto a Dios y que es un milagro. Pensó en mi madre pues con ella siempre oraban por mi para que cambie. Le pedí orar con ella, nos agarramos de las manos y dimos gracias a Dios por todo lo que nos dió, pedimos por el bien de nuestros hijos y porque las heridas se curen. Fue una mañana hermosa llena de sol. Nos abrazamos y me retiré diciendole que aún la amaba, pero tiempo al tiempo. Me fui feliz porque había dejado parte de mi Espíritu Santo con ella para que la cuide, me fui feliz porque vi gozo en su alma. Habia dado mi primer paso para la reconciliación con ella. Pero aún había mucho por caminar. Dios me había acompañado esa mañana y había sido mi protector y mi guía. Gracias Dios mio, gracias.

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